El Tipo del Póster
- 8 abr
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Actualizado: 9 abr

Durante un tiempo, trabajé en la recepción del primer estudio de Bikram Yoga de Argentina. Atendía el teléfono, recibía alumnos, lustraba el piso, vaciaba tachos con toallas empapadas. No era un trabajo glamoroso, pero me permitía lo que más quería en ese momento: practicar todos los días.
Colgado bien alto, en el centro del salón, había un póster enorme. No era cualquier póster. Era el póster. Estaba en todos los estudios del mundo. Como si viniera incluido con el sistema. Una especie de altar visual del hot yoga.
Mostraba las famosas 84 posturas. Las avanzadas. Las "inalcanzables". Una secuencia que parecía esculpida por dioses del calor. Un tipo —serio, perfecto, inmóvil— las hacía todas.
Cada vez que pasaba por ahí, lo miraba. Pensaba: este Bikram es un animal. Lo admiraba. Lo estudiaba. Me lo creía.
Hasta que un día, entre clase y clase, me subí a un banquito para limpiarlo. Y lo vi bien de cerca.
Ese tipo no era Bikram.
Me latió el pecho. Me acerqué más. Abajo del póster, en letras pequeñas, decía: Tony Sánchez Yoga Y una URL.
No lo conocía. Nadie lo mencionaba en el estudio. Nadie hablaba de él. Como si no existiera.
Corrí a una computadora. Me puse a buscar. Lo que encontré me cambió la práctica para siempre.
Tony había sido discípulo directo de Bikram. Pero no el Bikram de los documentales. El de antes. El que lo llevó a India, a estudiar con su maestro en la escuela de Ghosh. Antes de las franquicias. Antes del show. Antes de que el calor se volviera el infierno institucionalizado.
Usaban calor, sí. Pero solo para templar el cuerpo. No para quebrarlo.
Compré sus programas online. Puse el primer video y me quedé en silencio. Un video casero, con textura de los 90. Un pionero de internet. El tipo se movía lento. Firme. Sin adornos. Hablaba mientras hacía las posturas. No gritaba. No bloqueaba las rodillas como si fuera la única verdad. No trataba de romperse, ni de romper a nadie.
Era otra cosa. Pero era yoga de verdad.
No fue una epifanía. No hubo música de fondo. Solo vi un nombre, lo busqué, y empecé a practicar. Y sin darme cuenta, ese tipo al que nadie nombraba se convirtió en mi maestro.
No cambió mi vida de un día para otro. Pero sí mi práctica para siempre.
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